LA JORNADA SEMANAL
(México).
2008

ENRIQUE MALLEN. 2008, Poesía del Lenguaje: De T. S. Eliot a Eduardo Espina. Mexico, DF.: Editorial Aldus. 2008. 400 pp

Reviewed: Dr. Rogelio Guedea. University of Otago, New Zealand.

MAGISTERIO DE LA POESÍA DEL LENGUAJE

Aun cuando tirios y troyanos se querellen en contra de los maniqueísmos, no es posible negar que, con sus respectivas matizaciones, son dos las grandes aguas que escinden la poesía de todos los tiempos. Por un lado, una poesía que acentúa el aspecto irracional y, por otro, una que lo mengua. Una poesía de la experiencia y otra del delirio. Una de la emoción y otra del intelecto. Una del lenguaje y otra más del compromiso social. Una que canta y otra que prefiere contar. Pero en la tan debatida posmodernidad estas fronteras se han ido diseminando. Han desaparecido prácticamente. Los poetas actuales (y lo mismo sucede con pintores y narradores, y con artistas en general) rehúsan cualquier pujo taxonómico. Niegan convertirse en mariposas atravesadas por un alfiler en una vitrina de museo. En la actualidad, como bien lo sugirió Bolívar Echeverría en La modernidad de lo barroco, el diapasón de lo artístico es el mestizaje, el reflujo híbrido, la aglutinación. Ésta parece ser la única forma de preservarse y de preservar.

En poesía, desde el surgimiento de la corriente estética conocida como “neobarroco” las posiciones se han polarizado entre quienes se consideran herederos naturales de una poética que viene, en Latinoamérica, desde el peculiar culteranismo de Lezama Lima, y que, en México, se despliega con soltura en la obra de Gerardo Deniz o José Carlos Becerra, y entre aquellos que ponderan poéticas insertas en lo experiencial, es decir que tienen como contrapunto a autores cuyo filón empieza en Pablo Neruda y se ramifica y transforma en la obra de Gelman, Sabines, Fernández Retamar, Roque Dalton, etc.

Aunque en la agenda de lo neobarroco están columbrados, como en algún momento lo apuntó Roberto Echevarren, ambos perfiles estéticos (su itinerario se da tanto en los niveles más denotativos del lenguaje como en los más experimentales), el crítico Enrique Mallen, en su libro Poesía del leguaje. De T.S. Eliot a Eduardo Espina (Aldus, 2008), se ha encargado de desmenuzar el primero (y quizá el más complejo) de los mencionados: el de la poesía del lenguaje. Con el fin de mostrarnos no sólo su origen y trayectoria sino, lo que es casi homérico, sus principios y su razón de ser, en Poesía del lenguaje… Mallen enlaza y entrelaza, bajo el pretexto de la exaltación poética, las dos geografías lingüísticas que dividen nuestro continente: la inglesa (con el poeta missouriano T.S Eliot) y la española (con el poeta uruguayo Eduardo Espina). En medio de estos dos planetarios verbales, Enrique Mallen explica y pormenoriza, por primera vez con un rigor no carente de lucidez y didactismo, la génesis y el éxodo, el sentido real e incluso teleológico de la poesía del lenguaje, utilizando como punto de mira una perspectiva lingüística y comparativista que se mueve como pez en el agua en lo inter y multidisciplinario (ahí está como ejemplo la sesuda interlocución que establece entre pintura y literatura). Siguiendo a Mallén, los poetas del lenguaje y/o neobarrocos son los poetas de la aglutinación léxica, de la aglomeración referencial, de la incandescente verbosidad que pone a rodar, sin cortapisas, toda la maravilla de la vida diaria sobre el reducido contorno de una página en blanco. Pero este llevar al extremo la vida a la complejidad sintáctica no es, como lo demostrará el autor a lo largo de las casi cuatrocientas páginas del libro, un disparo al aire o un mero fuego de artificio. Centrado principalmente en la obra de Eduardo Espina, “uno de los poetas hispanoamericanos -como lo ha escrito Carlos Germán Belli- más originales de la actualidad”, Mallén demuestra cómo esta polirreferencialidad y esta voracidad léxica que caracteriza a la poesía del lenguaje es una representación de nuestra realidad contemporánea, una manifestación de una época en la que predomina la pérdida de la fe, el desencanto y la desgarradura de la identidad. La era de la globalización nos ha permitido estar en todas partes, es cierto, pero no pertenecer a ninguna. Vivir en la aldea global, pues, nos ha dejado vacíos, más solos que nunca (y casi siempre frente a la pantalla de un computador). Por eso, como lo demuestra Mallen, en la obra de poetas como Eduardo Espina, pero también en la del cubano José Kozer o del argentino Néstor Perlongher, es posible asomarse para ver cómo en un lenguaje en crisis (en su sentido de cambio y dispersión) se ve reflejada también una realidad en crisis. El hallazgo de Enrique Mallen es ineludible: el poeta neobarroco o del lenguaje busca construir, restituir y re-ligar la identidad individual (la del poeta que habita en el hombre y la del hombre que habita en el poeta) con la identidad del mundo, de ahí la referencia a la “estética constructivista” señalada por Perloff y aludida por el propio Mallén al hablar de la incompletitud e indeterminación del lenguaje poético. De este principio deriva otro hallazgo no menos importante: si bien la poesía neobarroca es la alegoría de un mundo que se derrumba, también es cierto que en su filiación constructivista pondera una “esperanza” y una “renovación”, términos que, analizados detenidamente, remiten a la definición más literal del vocablo “posmodernidad”.

Poesía del lenguaje… es, en definitiva, una obra clave no sólo para entender un presente poético sino, sobre todo, para atisbar las líneas que éste seguirá en lo porvenir, en donde, irrebatiblemente, lo narrativo, lo anfibio, lo irónico y lo multívoco seguirán teniendo, tal como lo confirma Enrique Mallen, carta de residencia.