XXXIII
que el fuego artificial desmorona en su
andar simplificando los golpes del reloj por la
cornisa olvidada en el cuento que
[ deprisa ] y callando adelanta su hora en
la rueda cuadrada cañoneando al buque que
empaqueta la reja lamida y relamida por el preso
con tanto rumbo que se lleva el mantón entre
sus flecos que puntean los silbidos del tren detrás
del río y que la mano arranca y tira conclusiones
despidiendo el punto cardinal que se clava rápido
en la pared que la cal resucita en el nardo
que afeita su pasión y canta en la garita en
la estación que llena su saeta caprichosa
la piedra sobre piedra y ladrillo y va subiendo el muro
que expone su querer un poco de su vida cada instante
y rechupa en su boca el hueso del damasquillo
a caballo en la sal cantando soleares y arrastrando
el paisaje de su cadena los calamares en su tinta
ardiendo en la cazuela y remojando en su salsa de
fuego el pan tierno del día escrito con el dedo
en la plancha de cobre tierna de su secreto y dulce
al paladar mientras otra vez a lo lejos suenan
las once de la noche carne de carne y ojos
desvelados miradas de ternera y sangre frita mejores
de ciudad jauja de lino y escoba de doncella aparato
moderno de limpieza y cadena perpetua reconocida
de utilidad y necesaria al progreso y orden
del recinto que abierto por mitad y repuesto del
golpe recibido maleante escondrijo de cloaca punto de mira y cuerpo de lechuza fotografiada a oscuras
en la plaza de lodo que opera el recipiente
que el aire de su arpa mide [ minucioso ]
el aceite que extiende su dibujo eternamente
en el manto de sangre taconeando el suelo y
echa una copa al toro que alarga el redondel
de media legua castellana dormida en la ceniza de caldo de gallina