XXIX
la batalla empezó a las dos de
la tarde las rosas empezaron
a tirarse tiros y a sacar uñas de
pólvora en tornillos [ de caspa ] que metían
el fuego en las trampas y
deshacían las palabras colgadas al
olivo cuando las manos retorcían
las olas y se echaban al
suelo desnudas rematando el
encanto rodado cegando sus
placeres en el ramo que mece
el canto grillo que siente
que el redondel del parque
no [ espera ] la frescura que el calor
que el sol nos trae refriega su [ nariz ]
en el barro y mueve su deseo en
la seda del brazo izquierdo recogiendo
aroma que trasnocha su mano
envuelta en el sobaco de la yerba
caliente construída en el paso de la
roca hidrófila que remata el abismo de
su espada de luz negando sus mentiras
reflejando el cuerpo donde pasa la barca recostada
en sus penas y haciendo agua con anís
de su redoma encantada negociando el
enojo de su corbata donde se sienta el coro y renace
el olvido sin forma ni testigo cansado de esperar
su destino inmediato junto a la rosa asesina que merece
el castigo que necesariamente contrayendo sus
piernas recibe su sonrisa perdida en el